En la bahía Chengue (Santa Marta), un coral duro llamado el gran Coral de Estrellas (Montastraea cavernosa), guarda en su interior un hallazgo sorprendente, una bacteria capaz de bloquear o silenciar la comunicación de otras asociadas con la enfermedad de la banda negra, que destruye su tejido y se esparce por todo el arrecife coralino. Este descubrimiento abre la posibilidad de pensar en probióticos marinos aliados para enfrentar estas infecciones.
La palabra probiótico suele asociarse con yogures y con esas bacterias “buenas” que favorecen la digestión. En realidad, se trata de microorganismos vivos que, al habitar un organismo, le brindan beneficios para su salud. De la misma manera que nuestras bacterias intestinales nos ayudan a digerir y a defendernos de infecciones, los corales también podrían contar con aliados capaces de mantener el equilibrio de su comunidad interna.
Para comprender la magnitud del hallazgo de Joseph Santiago Buchelly, biólogo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), basta con recordar una idea esencial: los corales no son plantas, son animales. Están formados por diminutos pólipos, pequeños sacos blandos con una boca rodeada de tentáculos que les permiten atrapar diminutos organismos del agua. Algo similar hacen sus parientes cercanos, las anémonas de mar, que viven solitarias y semejan flores de colores.
La diferencia es que los pólipos de coral viven en colonias, y cada uno produce un esqueleto de carbonato de calcio. Con el tiempo, estos esqueletos se acumulan y forman estructuras enormes, los arrecifes, verdaderas ciudades submarinas donde habitan peces, moluscos y crustáceos. Por eso se les conoce como los “bosques tropicales del mar”.
Los corales no están solos, pues en sus tejidos vive una comunidad de bacterias, algas y hongos llamada microbiota coralina. Como nuestras bacterias intestinales, estas ayudan al coral a obtener nutrientes, defenderse de patógenos y mantenerse en equilibrio. Cuando ese equilibrio se rompe puede surgir –aunque aún no hay completa certeza– la Banda Negra, una franja oscura que mata el tejido vivo y deja solo el esqueleto blanco. No la causa una sola bacteria, sino varias que forman una sustancia pegajosa (biofilm) que altera la química, quita oxígeno y libera toxinas.
Para responder a este desafío, el biólogo Joseph Santiago Buchelly analizó cepas de bacterias tomadas de un coral enfermo en la bahía Chengue y logró aislar 13 especies cultivables. Quería saber si se atacaban, se neutralizaban o si alguna cumplía un rol regulador. Con el apoyo del grupo de Comunicación y Comunidades Bacterianas de la UNAL, liderado por la profesora Catalina Arévalo, diseñó un experimento tipo torneo en el que cada especie se enfrentó a las demás en placas de cultivo, y cuando una liberaba sustancias capaces de detener el crecimiento de otra, se formaba un halo que revelaba el ataque.
Un moderador invisible en medio de la batalla bacteriana
De los 39 duelos realizados, 25 terminaron en interacciones antagónicas. En el interior del coral, las bacterias libran una guerra sin tregua: algunas, como el género Stappia, demostraron gran poder al inhibir a varias rivales; otras, como Bacillus kochii, se mostraron débiles y fueron vencidas con facilidad. Este mapa de interacciones revela que los corales no solo sufren amenazas externas, sino que dentro de su microbiota también se dan luchas de poder que, paradójicamente, funcionan como mecanismos de control que mantienen el equilibrio y la organización de la comunidad.
Y aquí aparece un concepto crucial el quorum sensing, la manera en que las bacterias se comunican a través de señales químicas. Cuando alcanzan cierta densidad, estas señales les permiten coordinarse para realizar acciones colectivas, como producir toxinas o formar biofilms. Es como si en un estadio una sola persona gritara, y no pasara nada; pero cuando toda la multitud corea al unísono, el impacto es enorme.
El hallazgo más valioso fue la bacteria Nitratireductor aquibiodomus. A diferencia de las demás, esta no se destacó por atacar directamente, sino por bloquear esa comunicación. En el experimento la bacteria impidió que las otras “hablaran” entre sí. Es decir, actuó como un moderador que baja el volumen en una sala llena de voces, evitando que el resto se organice para hacer daño. Esto se midió con un biosensor bacteriano, mecanismo en el que cuando el microorganismo impide esta comunicación el color morado que tiene este proceso desaparece, como una señal del silencio.
El investigador Buchelly indica que este comportamiento es vital porque, al impedir que las bacterias agresivas se coordinen, se reduce la posibilidad de que se forme un biofilm destructivo o de que se liberen toxinas en masa. En términos ecológicos, la bacteria “silenciadora” actúa como un equilibrador, un aliado inesperado dentro del propio coral enfermo. Por eso los investigadores plantean una idea prometedora, pensar en esta bacteria como la base de un probiótico marino.
En los corales, los probióticos funcionarían de manera similar que en los humanos, introducir bacterias reguladoras para reforzar las defensas del organismo y frenar a las especies dañinas. No se trata de una solución inmediata, pero sí de una alternativa innovadora en el campo de la conservación marina.
El concepto es aún experimental, pero no está aislado. En otras partes del mundo como Arabia Saudita y Alemania ya se han hecho ensayos con probióticos para ayudar a los corales a resistir el blanqueamiento, un fenómeno en el que pierden las algas que les dan color y energía. La diferencia aquí es que, en Colombia, a partir de un coral afectado por Banda Negra, se identificó una especie con un rol regulador claro y comprobado en laboratorio.
Como dato curioso, de las bacterias estudiadas en el coral, solo el género Bacillus es común también en humanos y animales, pues algunas especies viven en el intestino y hasta se usan como probióticos. Las demás, como Stappia o N. aquibiodomus, son propias de ambientes marinos y no suelen encontrarse en personas ni en otros animales.
Los corales, aunque cubren menos del 1 % del mar, sostienen cerca del 30 % de la biodiversidad marina y protegen costas como la bahía Chengue en el Parque Tayrona. Frente a amenazas como el cambio climático y la enfermedad, la bacteria identificada aparece como un posible aliado para su supervivencia.
Fuente: Agencia UNAL